Watanabe Tira Piedras a la Crítica (por Eberth Munárriz)
Luego de apedrear el mercado lector español durante 8 meses, José Watanabe vino a Lima, traído por Peisa, a tirarle piedras a la crítica peruana. Y lo encontramos mirando pacíficamente la exhibición sobre la guerra civil española en la Casa España. La gente se apiñaba en el auditorio; pero algunos amigos y escritores aprovecharon para conocerlo y expresarle su admiración, como el poeta colombiano Sergio Vélez, o para adelantar un saludo y felicitación, como nosotros, Claroscuro.
Debido a esto, tuvimos que conformarnos MaryCarmen y yo con las gradas del mezanine. Por fortuna, no habría cabezas que taparan, pero las fotos no enfocarían bien el rostro de José o el de Marco Martos o Camilo Fernández Cozman, sus presentadores, o el de Germán Coronado, su editor.
Camilo Fernández Cozman elogió la poesía del poeta de Laredo. En su análisis de académico experimentado, citó a varios autores importantes de la literatura contemporánea, como Stéphane Mallarmé o Paul Verlaine, por la maestría con que Watanabe maneja la sugerencia y por la musicalidad de sus versos, características que el padre del simbolismo reclamaba y el viejo fauno postulaba respectivamente. Destacó igualmente Camilo el paciente y esmerado trabajo de corrección del otrora ganador del premio Poesía Joven (Álbum de Familia, 1970), para lo que mencionó a César Vallejo.
Luego Marco Martos, reconocido poeta de la generación del 60 y actual Presidente de la Academia Peruana de la Lengua, declaró con palabras calmadamente emocionadas el aprecio que tiene por José Watanabe y la admiración por su poesía. Después de relatar su apreciación histórica de la poesía de José, Marco resaltó el uso de la piedra como símbolo en diversos poemas de este nuevo poemario y pidió permiso del autor para leer algunos versos del libro. Del primer poema, que leyó completo, subrayó la intromisión acertada del “yo poético”: “… Ay, poeta, / otra vez la tentación / de una inútil metáfora.”; dice José en su lucha por mantener cristalinos los versos, lucha entre el lírico hispano y el sabio observador oriental. Marco no pudo contenerse de leer dos poemas más y comentarlos.
Tomó la palabra entonces José Watanabe. La tomó primero como un sombrero que se retira de la cabeza, para agradecer a todos y cada uno de los involucrados con la publicación y la presentación de este último cuaderno de poemas. Paso seguido, la empuñó como una antorcha antigua y guió a todos por las cuevas recónditas y prístinas de una sabiduría peruano-oriental, sabiduría que le tomó más de 50 años de camino y muchos siglos de fermentación alcanzar.
Sucede que La Piedra Alada no es un conjunto de experiencias poetizadas sino un testimonio de experiencias poéticas, de poesía palpitando en la naturaleza y que la aguda y calma sensibilidad de José ha percibido y recogido de manera impecable en versos fontanales.
Entre la realidad irreal que imaginamos los poetas y la realidad natural que existe con o sin nosotros, el poeta parece haber tomado una elección, paradójicamente contraria a su oficio: la realidad natural. Más aun, parece estar aconsejándonos continuamente que hagamos lo mismo, que no perdamos de vista la naturaleza, pues en ella vive la poesía, sin necesidad ni intromisión o confusión de nuestro engañoso lenguaje. Por ejemplo en el poema El Árbol:
Cómo te lo digo: para el lenguaje
subir y bajar son dos conceptos enfrentados
------------------- y nunca se funden.
Mejor ven a la carretera,
la mismidad del doble movimiento del árbol
sólo se resolverá limpiamente en nuestros ojos.
Esa lucha entre esos dos opuestos estuvo continuamente presente en Mallarmé, uno de los padres de la poesía escrita durante el siglo xx hasta ahora, con quien este poemario guarda mucha relación. Además de los continuos símbolos, especialmente la piedra, están las alas que le dan título al libro, y que el bardo francés transformó casi en sinónimo de poema o poesía pura: cuando las palabras se combinan del modo adecuado ideal, el poema se hace real, existe y vuela (Éventail, Autre Éventail, “Le Cigne”, Sainte, etc.). No obstante, mientras Mallarmé no sólo creía en ese vuelo sino que prefería infinitamente la realidad poética a la natural, que se le hacía insoportable; Watanabe toma el lado totalmente opuesto y afirma categórica y trágicamente, para todos los creyentes en la palabra, “que podemos imaginar un ave, la más bella, / pero no hacerla volar.” Esta afirmación puede ser trágica también para el ser humano en sí y su obsesión enfermiza por crear vida de la nada.
Otra característica de los poemas de este libro es el interés que tiene Watanabe en el poema completo, como unidad, por encima del verso individual; algo que lo aleja bastante de la gran mayoría de poetas peruanos que sacrifican el todo del poema por el verso que los salve. De modo que en José Watanabe no encontramos a alguien que cree tener mucho que decirnos y dispara a ciegas alusiones y referencias y cuanto artilugio ha recogido hasta que dice, ‘OK, eso es todo, creo’, dejándonos con la pregunta ‘¿y qué ha dicho?’. En los poemas de José, más aun en éstos que en los de sus anteriores poemarios, al poeta se le ha revelado algo, y él procura hacernos sentir, percibir esa revelación, para lo cual va trabajando cada elemento, dosificando recursos, y al final del poema, decimos ‘¡Ohhh!’, quizá tal cual lo dijo él cuando percibió ese algo. Sabemos que el poema ha terminado, que algo se nos ha dicho.
Por ello, mejor dejemos que un poema de este gran poeta hable por sí solo y hagamos como él dice en Jardín Japonés, callémonos y aprendamos:
Jardín Japonés
---------- La piedra
entre la blanca arena rastrillada
no fue traída por la violenta naturaleza.
-------- Fue escogida por el espíritu
de un hombre callado
------ y colocada,
no en el centro del jardín,
sino desplazada hacia el Este
------------ también por su espíritu.
No más alta que tu rodilla,
la piedra te pide silencio. Hay tanto ruido
de palabras gesticulantes y arrogantes
que pugnan por representar
--------------- sin majestad
las equivocaciones del mundo.
Tú mira la piedra y aprende: ella,
------------ con humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
------ una montaña.